Autor de títulos como Las partículas elementales, Plataforma, El mapa y el territorio, o la última, Sumisión, Houellebecq vuelve con una novela cuya edición ha estado rodeada de un estricto secretismo...
El protagonista de la novela se medica con Captorix, un antidepresivo que libera serotonina (de ahí el título) y que tiene tres efectos adversos: náuseas, desaparición de la libido e impotencia.
Ver:
Captorix: el nuevo antidepresivo Houellebecq...
“Tengo cuarenta y seis años, me llamo Florent-Claude Labrouste y detesto mi nombre de pila, creo que procede de dos miembros de mi familia a los que mi padre y mi madre, cada uno por su lado, querían honrar; es tanto más lamentable porque por lo demás no tengo nada que reprochar a mis padres, fueron excelentes en todos los sentidos, hicieron todo lo posible para darme las armas necesarias en la lucha por la vida, y si al final he fracasado, si mi vida termina en la tristeza y el sufrimiento, no puedo culparles a ellos, sino más bien a una desventurada cadena de circunstancias de las que tendré ocasión de hablar -y que incluso constituyen, a decir verdad, el objeto de este libro-, no tengo absolutamente nada que reprochar a mis padres aparte de esa nimiedad, ese molesto pero nimio episodio del nombre, no solo me parece ridícula la combinación Florent-Claude, sino que me desagradan sus dos elementos; en suma, considero mi nombre un fallo garrafal”.
Así se presenta el protagonista de Serotonina, traducida al español por Jaime Zulaika y al catalán por Oriol Sánchez Vaqué. El periplo del personaje arranca en Almería -con un encuentro en una gasolinera con dos chicas que hubiera acabado de otra manera si protagonizasen una película romántica, o una pornográfica-, sigue por las calles de París y después por Normandía, donde los agricultores están en pie de guerra. Francia se hunde, la Unión Europea se hunde, la vida sin rumbo de Florent-Claude se hunde. El amor es una entelequia. El sexo es una catástrofe. La cultura -ni siquiera Proust o Thomas Mann- no es una tabla de salvación.
Florent-Claude descubre unos escabrosos vídeos pornográficos en los que aparece su novia japonesa, deja el trabajo y se va a vivir a un hotel. Deambula por la ciudad, visita bares, restaurantes y supermercados. Filosofa y despotrica. También repasa sus relaciones amorosas, marcadas siempre por el desastre, en ocasiones cómico y en otras patético (con una danesa que trabajaba en Londres en un bufete de abogados, con una aspirante a actriz que no llegó a triunfar y acabó leyendo textos de Blanchot por la radio...).
Se reencuentra con un viejo amigo aristócrata, cuya vida parecía perfecta pero ya no lo es porque su mujer le ha abandonado por un pianista inglés y se ha llevado a sus dos hijas. Y ese amigo le enseña a manejar un fusil...
“Nihilista lúcido, Michel Houellebecq construye un personaje y narrador desarraigado, obsesivo y autodestructivo, que escruta su propia vida y el mundo que le rodea con un humor áspero y una virulencia desgarradora”, afirma Anagrama en su comunicado. “Serotonina demuestra que sigue siendo un cronista despiadado de la decadencia de la sociedad occidental del siglo XXI, un escritor indómito, incómodo y totalmente imprescindible”.
Ver también:
Captorix, la "recaptación según Houellebecq"
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