"Eso, sí, en algún día de la semana
tiene que encerrarse en su laboratorio
—más próximo al de Aureliano Buendía
de Cien años de Soledad
que al de las grandes farmacéuticas—,
para preparar sus prodigiosos ungüentos"*
Personaje que se encuentra en espacios abiertos y públicos de las ciudades, que se distingue por su forma de pregonar a viva voz —para llamar la atención, mediante un lenguaje repetitivo, rebuscado y a veces cantinflesco— sus productos, que son por lo común baratijas, remedios medicinales y objetos de propiedades mágicas.
Este personaje trabaja en calles, plazas y jardines populosos, en donde suele marcar el suelo con gis, limitando su espacio de trabajo. Carga con maletas de las que extrae objetos tales como frascos con pomadas y líquidos diversos, hierbas, jabones, pieles y talismanes. Muy comúnmente lleva consigo culebras u otros animales que manipula a lo largo de su pregonar, para reforzar la atención del público que se concentra a su alrededor. Su discurso está siempre dirigido a mantener la atención con el firme propósito de convencer sobre las múltiples y maravillosas propiedades de sus mercancías.
Resulta frecuente que el uso de este mexicanismo se aplique, en general despectivamente, al charlatán y embaucador, y "... al individuo presuntuoso que habla cosas sin sustancia".
Ambas acepciones están relacionadas con el origen del término que, según Santamaría en su Diccionario de mejicanismos y citando a Luis M. Rivera, alude a un personaje del siglo XIX:
....por los años de 1864 a 1865... llegó a la capital un aventurero polaco que decía ser su nombre Meroil-Yock, y quien se hacía pasar por un gran médico, poseedor de drogas de infalible efecto para la curación radical de todas las enfermedades habidas y por haber, las cuales pregonaba en la mismísima plaza principal de la ciudad de México desde lo alto de una carreta... Por lo pronto hizo bastante ruido el charlatán y se ganó buenas monedas, pero luego se descubrió que no era mas que un pícaro enbaucador, incapaz de curar siquiera un constipado, y por esto, la ingeniosa sátira popular le adulteró el nombre Meroil-Yock por el de merolico, calificativo con que desde entonces designamos a los médicos ramplones y a los charlatanes...
Simoni et al. realizaron un estudio para determinar la efectividad de los merolicos como comunicadores y su posible incorporación a los programas de educación en el campo de la salud. Los resultados revelan que son muchas las personas que escuchan a los merolicos, que les dan crédito y que modifican su comportamiento en materia de salud de acuerdo con lo que aquéllos dicen.
Concluyen que: "Todo esto constituye un poderoso argumento a favor de la integración de los merolicos o sus equivalentes en otros países a los programas actuales de salud pública" (Ver)
"...el vendedor de sebo de culebras venía con un triciclo y varias cajas. Un maletín se convertía en una pequeña mesa de patas plegables como acordeón, la cubría con una franela verde y colocaba encima los innumerables frasquitos de remedios que curaban de todo. Bajaba las cajas y las colocaba sobre la tierra. Todas tenían huecos y se podía ver las culebras que dormían de aburrimiento. Entonces empezaba a hablar solo y los primeros niños se acercaban. Luego los campesinos, con sus alforjas sobre el hombro y con la lista de compras en la mano, lo miraban intrigados. Alguno que otro estibador descansaba de su arduo trabajo. Las mujeres calmaban a los churres asustándolos con las culebras. Entonces, el vendedor sacaba algunas chucherías y empezaba a repartirlas, asegurando que las estaba regalando y que no se fuera nadie porque para todos había. Entonces era que despertaba a una de esas culebras gordas, la sacaba de la caja entre gritos ahogados de susto y admiración y se la enroscaba en el cuello para seguir hablando mientras la culebra seguía durmiendo".
(*)Ver también:
La magia de los ´merólicos´