“No puede rozarse la beatitud
sin haber sentido antes
la piel crujiente y dolorida”
La piel es lo que media entre lo exterior y lo interior y en este libro se alcanza el equilibrio argumental, sentimental y estilístico entre ambos espacios.
Es un libro sobre la piel, sí, sobre la piel de Stalin, de John Updike, de El negro, de Cyndi Lauper, de Pablo Escobar, de Nabokov y sobre la del narrador, que es donde convergen todas esas pieles.
Pero, por encima de todo, es un libro donde la piel enferma es solo la excusa para sacar a relucir todo el asco y repulsión que producen todas las cosas que no entran dentro de los cánones.
Se le debe agradecer a Sergio del Molino (1979) que se haya dedicado a la literatura para vengarse de la psoriasis. Stalin también la padeció y decidió vengarse de la humanidad. Así lo cuenta el propio escritor entre las páginas irritables de 'La piel' (Alfaguara).
El tirano soviético se avergonzaba de la suya, como se avergonzaban John Updike, Cindy Lauper, el narco Escobar y Vladimir Nabokov. Son los personajes que 'interrumpen' las memorias de Sergio del Molino y que le permiten fugarse esporádicamente de su traumática relación con la enfermedad. Tan evidente en sus escamas, en sus eccemas y en sus secuelas como para sentirse un monstruo, pero también propicia a la reivindicación de la impureza. Mucho peor hubiera sido aislarse del mundo como hacían los ultras judíos de Qumran en la orilla del Mar Muerto. La comunidad fanática que originaron al sur de Jerusalén un siglo antes de Cristo requería la distinción de una piel inmaculada, aunque la propia excepcionalidad cutánea, premonitoria de las atroces hegemonías raciales, terminó convirtiéndose en la paradoja del exilio y del aislamiento.
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