Hace menos de un siglo, el complejo equilibrio del mundo se jugaba a las puertas de Stalingrado y en los densos bosques de las Árdenas. Las batallas y los ejércitos, como si fueran perennes al tiempo, parecía que marcarían el tempo geopolítico, quizás para siempre. Hoy, sin embargo, la búsqueda del dominio global ha virado hacia otros aspectos más sutiles, casi difusos en el ecosistema del poder, ya sea a través de la tecnología o, con la crisis de la covid-19, de la salud y todo aquello que la envuelve.
La aparición de la primera vacuna, la Sputnik V rusa, la misma que fue presentada hace días a bombo y platillo por el presidente ruso Vladímir Putin pese a no haber completado todos los ensayos clínicos es tan solo la última muestra de ese combate que mueve el tablero político. La importancia de su anuncio residía en los detalles, esos que empiezan por el nombre –con guiño al satélite con el que la extinta URSS tomaba ventaja sobre Estados Unidos en la carrera espacial– y acaban con una triunfadora cita en boca del ministro de Salud ruso, Mijail Murashko, que calificaba la vacuna de un gran paso adelante en la «victoria de la humanidad». Pero sobre todo su importancia recae en el foco mediático, en esa aparente victoria.
Y es que aunque no esté completa, Rusia logró que se hablara de su vacuna, opacando –momentaneamente– a las del resto pese a estar seis de ellas más avanzadas según el propio balance que hacia esta misma semana la Organización Mundial de la Salud. Dos de ellas, las que llevan sello estadounidense –Pfizer y Moderna–, ya le han dado a Donald Trump el suficiente margen para contraatacar y decir, con rotundidad, que su país está «muy cerca» y que tendrá disponibles 100 millones de dosis para vacunar a los estadounidenses, todo ello sin olvidar, dentro de la tan importante narrativa, el gran esfuerzo que el país esta haciendo, «el mayor en la historia», según sus propias palabras.
Pero el registro de una patente de vacuna por parte de China en uno de los tres proyectos que el gigante asiático tiene más avanzados -eso sí, todos ellos desarrollados en un completo silencio de radio, algo que EE UU no ha dudado en criticar- promete ser un nuevo golpe encima de la compleja mesa de fuerzas.
La Universidad de Oxford, mientras, parece ofrecer otra vía de desarrollo, menos forjada políticamente y, por ello, quizás, más esperada por el mundo, sobre todo tras el esperanzador éxito de sus pruebas hasta la fecha. Ahora, a escasos meses de una vacuna, solo queda saber quien será el primero en llegar con certezas -y verdades- a la meta. Ver
La Organización Mundial de la Salud (OMS)
ha publicado una lista de una treintena de vacunas
para prevenir el coronavirus
que están en fase de ensayo clínico.
Seis de ellas se encuentran en fase III,
es decir, en la etapa en que se prueba de forma masiva.
Ver:
La guerra geopolítica de las vacunas, la primera gran guerra del siglo XXI
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