Medem trata de sostener su relato de vida, muerte y amor como el nexo de ambos contrarios a partir de una historia más terrenal, cotidiana y común. Penélope Cruz interpreta a una maestra divorciada y con un hijo que conoce a un hombre (Luis Tosar), un ojeador de nuevos talentos para el club de fútbol juvenil del Real Madrid, el mismo día que le diagnostican un cáncer de pecho y que él queda viudo. Ya no nos encontramos, como se ve, con personajes pseudo sobrenaturales que buscan responderse ciertos interrogantes existenciales, sino que Medem acude a un drama del día a día para poner en escena sus sempiternas cuestiones.
Sin embargo, el cineasta vasco continua aún demasiado lejos de la realidad y a medida que la película avanza en su nudo gordiano, tan inverosímil como asombrosamente real, Medem intenta otorgarle trascendencia a través de demasiados artificios y exabruptos (cámaras que se agitan cuando la protagonista sufre, una banda sonora también demasiado subrayada, el personaje del ginecólogo o el del ex marido del de Cruz), distanciándonos, paradójicamente, de ese cuerpo en lucha encarnado por Cruz, un microcosmos que acoge en su estado de gravidez tanto la vida como la muerte. Las capas de dramatismo en este caso consiguen que no veamos el bosque y lo magnífico de su personaje queda oculto entre las ramas de un relato errático, quebrado.
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