martes, 14 de febrero de 2023

Creatividad :Covid en 4 imágenes / Adrián Tamineb New Yorker


Una tarjeta postal elaborada por Adrian Tomine para The New Yorker, publicada en abril de 2020, a pocas semanas de haber iniciado las medidas de confinamiento en prácticamente todo el mundo.
 
¿Será posible decir que todos, la mayoría o al menos muchos de nosotros podemos coincidir en al menos una impresión compartida en nuestra experiencia de este momento?
 Y por este momento quiero decir: hoy, ahora, este día del calendario.

Pero no aislado, sino en relación con lo vivido en meses, incluso años anteriores. El momento presente sí, pero situado en perspectiva. Con respecto a ciertas coordenadas, siendo estas quizá únicamente como una línea horizontal, una línea de tiempo que se extiende detrás de nosotros y que hoy, si nos detenemos por un instante a apreciarla, aunque todavía cercana, nos parece ya difusa, vaga, una línea cuyo confín comienza a perderse para nuestra visión, como si estuviera recubierta de una niebla, como si nuestra capacidad óptica fuera ya insuficiente para distinguirla. Como cuando se ve algo muy lejano frente a lo cual nuestros ojos fallan para observarlo con claridad. Así se ven los últimos tres años, me parece. O así comienzan a verse. Mejor dicho: tengo la sensación de que últimamente así estamos comenzando a verlos todos. Con vaguedad. Con esa sensación un poco extraña, ajena, difícil de aprehender, que caracteriza el momento del despertar en el cual flotan sobre el pensamiento las imágenes todavía nítidas del sueño apenas soñado pero que, al instante siguiente, cuando la toma de conciencia nos lleva a intentar fijarlo o decirlo o recordarlo, se esfuma, dejándonos atónitos y con la incógnita de cómo puede ser que algo tan presente hasta hace un segundo pueda desaparecer tan absoluta y repentinamente. 

Me atrevo a suponer que una sensación así –así de precisa, así de vaga– se comparte en estos momentos con respecto a los años de pandemia, los años que van de 2020 al momento actual. Esa pandemia que en su inicio se vivió con una profunda intensidad de emociones, la mayoría de ellas suscitadas por el miedo, la incertidumbre y la incógnita con que la mayoría de los seres humanos solemos encarar nuestra propia angustia. No saber qué hacer frente a un acontecimiento imprevisto y que, además, nos impuso de inicio tantas restricciones, a la mayoría nos llevó a comportamientos desaforados, que quizá hoy vemos con extrañamiento. 


Portada de Adrian Tomine para el número de diciembre de 2020 de The New Yorker. En la imagen destaca el contraste entre el caos de la vida "real" –representado en las botellas de vino acumuladas en la cocina, la basura en el piso, los medicamentos ¿psiquiátricos? sobre el escritorio– y la actitud aparentemente despreocupada frente a la pantalla de la videollamada. La ilustración lleva por título "Love Life", "Ama la vida" o "Amor a la vida".

En los meses siguientes la situación transitó hacia una ambigüedad también difícil de aprehender. La vida osciló entre la realidad y la negación de esa realidad. Entre la restricción y la desobediencia. Entre el "quédate en casa" y el "vamos a vernos pero con medidas". Quién sabe si pueda decirse incluso que los polos eran el miedo y la necesidad de vivir. En todo caso, la vida siguió su curso, y por vida habría que entender la vida humana. Lo humano. Nuestros hábitos y prácticas, tan difíciles si no de cambiar, al menos de volver conscientes. Al ser humano alguien lo definió alguna vez como un animal de costumbres, a lo cual se podría agregar: costumbres de las que casi nunca y muy pocos se dan cuenta. Costumbres que repetimos a veces a pesar de todo. Incluso a pesar de una pandemia.

 

Portada de Adrian Tomine para el número de junio de 2021 de The New Yorker. La ilustración lleva por título "Easing Back", expresión que puede traducirse como "Volver a la normalidad" o "Retroceder en el tiempo".

Hasta que un día la pandemia pareció desaparecer de pronto. Y más que esta, el ambiente general que había propiciado. Las sensaciones de miedo, de opresión, de incertidumbre. Y de alguna manera esto también fue como despertar de un sueño. No. Mejor dicho, fue como haber salido de un largo periodo de malestar. Como cuando se pasa por uno de esos momentos amplios de la vida de tristeza profunda y de pronto un día uno despierta liberado de muchos pesos. El peso del dolor, del duelo, de la pérdida. Un día inesperado el mundo vuelve a ser lo que era, o casi. Volvemos a ver al mundo como lo que nunca dejó de ser pero que para nosotros era distinto. O eso recordamos. Eso creíamos sentir. Pero eso era antes. Ahora esa sensación se ha disipado y, de hecho, ya nos parece ajena. Tanto que no podemos creer cómo fue que veíamos la realidad de ese modo, si esta es tan normal, tan común, tan lo que fue siempre. Despertamos un día y ese malestar antes tan intenso ahora simplemente no está, no se siente. Algo así, muy parecido, ocurrió con la pandemia. ¿O alguien podría señalar el día preciso en el calendario en que esta dejó de sentirse como tal?
 

 

 

 

 

 

 

 

Portada de Adrian Tomine para el número de noviembre de 2022 de The New Yorker. La ilustración lleva por título "Fall Sweep", "Limpieza de otoño". Destacan los cubrebocas o mascarillas sanitarias arrojados como desechos a la calle, símbolo claro de la distensión que acompaña a la sensación de fin de pandemia.

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