El protagonista de Breaking Bad seguramente sea uno de los científicos más populares de las series de televisión. Aunque moralmente situado en un territorio ambiguo (que a medida que avanza la serie va convirtiéndose en oscuro),
Walter White es, desde el principio hasta el final de la serie, un científico experto en su campo, la química, que se siente agraviado por la falta de reconocimiento de la sociedad que le rodea. En el mundo de Walter White, y también en el mundo real, a menudo los científicos no tienen la consideración que merecen. Esta falta de atención forma parte del origen del personaje y del detonante de la historia.
En el primer episodio podemos ver, en la escena de la rutina matinal que presenta al personaje en su cotidianidad, que tiene una placa colgada en la pared. La placa es un reconocimiento a su trabajo como líder de un proyecto en cristalografía que, según se puede leer (la muestran muy brevemente), fue una contribución fundamental para una investigación premiada con científico formará parte de la serie hasta su último episodio, pues aunque se convierta en traficante, Walter White no deja de ser nunca un científico: resolverá las muchas dificultades que se le presenten utilizando la ciencia y no perderá la oportunidad para explicar (el espíritu divulgador del personaje es encomiable) a la audiencia lo que está haciendo.
El personaje que representa a la audiencia es Jesse, que es quien recibe las pacientes explicaciones de Walter White. La figura de Jesse es clave, porque sitúa en un plano superior a Walter White (al fin y al cabo, él es quién posee el conocimiento que les permite triunfar a ambos en el competitivo mercado del tráfico de droga) y subraya así el talento de este.
El reconocimiento de su talento está ligado, como decíamos, al agravio que siente el personaje, que encuentra en Jesse alguien que le valora y le escucha. Las lecciones de Walter White sirven a la serie para explicar la ciencia que pone en pantalla, y a lo largo de este capítulo analizaremos varias escenas en las que la ciencia es la protagonista, y también para poner sentido del humor a través de la dinámica que se crea entre los dos personajes, pues Jesse a menudo no entiende nada, o lo justo, de lo que le explica su socio.
Sin embargo, suelta un «It’s science, bitch!», una frase recurrente de la serie que recuerda al espectador constantemente que es un Nobel en 1985. No se conocen más detalles de ese pasado del personaje, pero no es realmente necesario. Lo relevante es que esa placa es todo lo que ha recibido por sus esfuerzos, y a partir de aquí se explica el personaje. Lo que vemos a continuación es un científico que, a pesar de ser claramente brillante, tiene que aguantar el desinterés y la humillación de sus alumnos adolescentes como profesor de química en un instituto. Y también tiene que ver cómo, mientras él no es reconocido de ninguna manera, un individuo bocazas y no demasiado inteligente como Hank, su cuñado, recibe aplausos y vítores por salir un momento en televisión al haber atrapado a cuatro traficantes de poca monta. Este agravio generado por la falta de reconocimiento como científico no le va a abandonar durante toda la serie. Incluso cuando su existencia ha cambiado por completo, seguirá formando parte del motivo que guía al personaje y es esencial para entenderlo. También el conocimiento a ciencia lo que lleva a Walter White a conseguir sus propósitos. Y aunque a menudo el profesor se desespera con el alumno, Jesse no debe ser tan obtuso ni Walter White tan mal profesor cuando al final acaba adquiriendo conocimientos suficientes para replicar, acercándose bastante, los resultados del maestro: la famosa metanfetamina de color azul, que es un motivo de orgullo para Walter White como químico y que ha hecho que, en el mundo real, haya fabricantes que añadan ahora colorante azul a raíz de la popularidad de la serie.
¿Existe la metanfetamina de color azul?
Si hay un elemento constantemente presente a lo largo de la serie, este es la metanfetamina, a la que a menudo los personajes se refieren simplemente como meta o cristal. Su fórmula (C10H15N) y su masa molecular (149,24) componen la primera imagen de los títulos de crédito, antes incluso de que aparezca el propio nombre de la serie sobre un fondo con parte de la tabla periódica. Sus orígenes se remontan a la Antigüedad. Desde hace más de 5000 años, la medicina tradicional china viene usando un extracto de efedra, un arbusto que crece en climas secos, para el tratamiento del asma, la bronquitis y otros problemas que afectan a la respiración. En 1885, el físicoquímico japonés Nagai Nagayoshi aisló la efedrina, el principio activo de la efedra, y a partir de ella, en 1887, el químico rumano Lazar Edeleanu sintetizó por vez primera la anfetamina. Poco tiempo más tarde, en 1893, Nagai obtuvo metanfetamina por reducción de la efedrina, y en 1919, el químico japonés Akira Ogata sintetizó metanfetamina cristalizada.
Sin embargo, estos descubrimientos no tuvieron repercusión pública hasta que en 1932 la empresa farmacéutica Smith, Kline and French comercializó inhaladores (y poco más tarde tabletas) de anfetamina con el nombre comercial de Benzedrina para aliviar la congestión nasal. Este producto y los que le siguieron eran considerados inocuos, por lo que podían obtenerse sin receta en las farmacias.
La metanfetamina llegó a adquirir un estatus de droga milagrosa. En pocos años se recomendaba para más de 30 problemas: narcolepsia, epilepsia, fatiga, depresión, esquizofrenia, alcoholismo, adicciones, enuresis, mareos, dismenorrea, cólicos, obesidad, hiperactividad, etc. Inicialmente se consideraba una droga segura que podía ser fumada, inhalada o inyectada. Sin embargo, era altamente adictiva, lo que condujo a un abuso de ella.
Durante la década de 1930 se descubrieron los efectos psicoestimulantes de la metanfetamina, que producen una sensación de gran euforia debido a que aumenta la liberación de dopamina, un neurotransmisor que interviene en los mecanismos de recompensa y motivación, lo que facilita la adicción a la sustancia. La metanfetamina permite un ritmo elevado de trabajo y una gran capacidad de concentración, reduce la fatiga y el apetito, y el ritmo cardiaco se vuelve más rápido e irregular. Si se consume habitualmente pueden producirse cambios irreversibles en el cerebro, psicosis, déficits cognitivos y alteraciones del comportamiento. La Segunda Guerra Mundial llegó cuando se conocían ya los efectos positivos de las anfetaminas (aumento del rendimiento físico y mental, resistencia al cansancio), pero aún no se habían comprobado suficientemente sus posibles efectos negativos. O tal vez a los militares algunos de estos efectos les parecían útiles, como la violencia gratuita, la ignorancia del peligro o los ánimos desmedidos. Así, se distribuyeron cientos de millones de «píldoras milagrosas» entre los soldados para mantenerlos eufóricos y agresivos, y para «elevar la moral del ejército».
Las tropas nazis usaban una metanfetamina denominada Pervitin, y los estadounidenses y británicos la anfetamina Benzedrine. A los pilotos kamikaze japoneses se les suministraban grandes dosis de metanfetamina para que llevaran a cabo sus ataques suicidas. Una consecuencia del consumo masivo de anfetaminas por parte de los soldados fue que las décadas posteriores vieron un crecimiento acelerado del uso de estas drogas, al tiempo que los gobiernos tomaban conciencia de sus devastadores efectos en la sociedad.
En 1970, el gobierno de los Estados Unidos las declaró ilegales, pero a pesar de ello la metanfetamina continuó siendo muy usada. En 1996 se promulgó un decreto para regular el acceso a los ingredientes básicos usados para su fabricación, como la efedrina y la pseudoefedrina, y se aumentaron las penas por posesión, distribución y producción de la droga.
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