domingo, 18 de julio de 2021

Santa Palabra: Dr. José Gregorio Hernández y la peste bubónica

 


En agosto de 1908 se inicia en La Guaira una epidemia de peste bubónica, también llamada “peste negra”, enfermedad infecto-contagiosa que es producida por la bacteria Yersinia pestis, que se transmite por la picadura de las pulgas que proliferan en las ratas de campo o ratas negras, todo esto por la llegada de un buque contaminado procedente de Trinidad. Esta patología produce un crecimiento patológico de los ganglios linfáticos que adquieren un color obscuro, y estas lesiones, así establecidas, se denominan “bubones”, de allí el nombre de la enfermedad. Se caracteriza por un período de fiebre y escalofríos, y la muerte se puede producir a los pocos días del cuadro clínico.


 

El presidente de la República, general Cipriano Castro, llamó al bachiller Rafael Rangel, como destacado microbiólogo del Hospital Vargas, para que investigara sobre la causa del mal. Conocida la alerta epidemio-lógica, el doctor Hernández acudió al Hospital Vargas a darle información de valor al bachiller Rangel a fin de ayudarlo a tener éxito en la gestión que le fue encomendada. Así, le explicó la necesidad de que, una vez extraídos de los pacientes, los bubones fuesen puestos en una dilución de formol por un lapso de al menos siete días, a fin de lograr su fijación completa antes de ser cortados para su análisis. Rangel hizo caso omiso a estos consejos del maestro, y, una vez de regreso de su trabajo de campo, procedió a su inmediata apertura para fijación con resultados negativos en su posibilidad de determinar la presencia de los agentes. Esto requirió que tuviese que regresar por más muestras y cumplir con los consejos del doctor Hernández para tener éxito en su investigación, lo que produjo la incomodidad de los pacientes y sus familiares, a quienes consiguió muy agresivos. Además, debido a que en su informe de visita de campo ordenó la quema de los ranchos precarios con techos de palma, que eran las casas de afectados, estos iban, a partir de entonces, todos los días al Hospital Vargas de Caracas a insultar al bachiller Rangel.

El doctor José Gregorio Hernández, al saber que en la primera visita fracasó en su intento por hacer un diagnóstico certero, se dirigió de nuevo al Hospital Vargas para conversar con Rafael Rangel y cuestionarle el hecho de haber ignorado sus observaciones sobre la fijación de las muestras. Siempre en un tono firme y aleccionador, pero respetuoso. Sin embargo, esto fue visto por los asistentes de Rangel como un “regaño insultante”.

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La situación emocional de Rangel había hecho crisis desde días antes de este incidente, y cuando tomó esta fatal determinación de envenenarse con cianuro en su laboratorio, era presa de innumerables situaciones que le resultaban inmanejables debido a su estado de desequilibrio. Este incidente y los comentarios de calle, le produjeron un profundo dolor al doctor José Gregorio Hernández, quien recibió un voto de confianza de sus discípulos, colegas, sus pacientes y de todo el equipo de salud a su alrededor. Esos días fueron de oración intensa y mucho silencio en su vivencia diaria.

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