sábado, 15 de junio de 2019

CHINA: se parece al Salvaje Oeste



José Ramón Zárate Covo 11 mayo, 2019 

A finales de marzo, la National Science Review de China publicó un experimento del Instituto de Zoología Kunming, en Yunnan, en el que implantaron copias del gen humano MCPH1 (microcefalina1) en cerebros de once monos, de los que sobrevivieron cinco. Estos monos alterados genéticamente mostraron una mejor memoria a corto plazo y unos tiempos de reacción más rápidos. Frente al rechazo ético que ha suscitado el ensayo y al aireado fantasma peliculero de El planeta de los simios, los científicos chinos alegan que los monos clonados o con alteraciones genéticas reducirán la cantidad de animales usados en pruebas médicas y acelerarán las investigaciones sobre neurodegeneraciones y otras enfermedades.

En enero de este año, otro equipo chino clonó cinco macacos editados genéticamente con un trastorno del sueño, aunque también desarrollaron depresión, ansiedad y comportamientos esquizoides, según se informa en NBC News; utilizaron 325 embriones clonados para conseguir esos cinco. Más condena generalizada suscitó el nacimiento a finales del año pasado de los primeros bebés modificados genéticamente por He Jiankui para carecer del gen CCR5 que codifica el receptor que usa el VIH para entrar en las células inmunes. Un centenar de científicos de todo el mundo calificaron el trabajo como “fuera de los límites de la ciencia aceptable” y el Gobierno chino se apresuró a detener este tipo de ensayos y a prometer regulaciones estrictas. Un artículo de febrero en la revista Cell del neurobiólogo Alcino Silva y su equipo de la Universidad de California en Los Ángeles, indicaba que la supresión de ese gen podría potenciar además la inteligencia de esos niños; pero se desconocen otros efectos que pudiera tener en su maduración.

El mes pasado, Arthur Caplan, director de Etica Médica de la Universidad de Nueva York, escribía en PLoS Biology que “un requisito previo para la edición de embriones humanos es una comprensión profunda de los mecanismos y posibles efectos secundarios”, algo que ahora no existe. Caplan añadía que la pregunta no es si el experimento de Jiankui fue ético, sino cómo se puede justificar la edición de la línea germinal en humanos.

Si en los países occidentales las manipulaciones embrionarias causan reticencias mayoritarias, en China, quizá por su dilatado historial eugenésico y abortivo, la edición genética, tanto curativa como potenciadora de capacidades humanas físicas e intelectuales, encuentra menos oposición en la opinión pública y en el ámbito legislativo. La primera edición genética de embriones humanos con la técnica CRISPR la practicó en China en 2015 el equipo de Junjiu Huang, de la Universidad Sun Yat-sen, en Guangzhou, y este país ha estado liderando desde entonces las modificaciones genéticas no germinales para tratar a pacientes con cáncer: en más de un centenar de enfermos con diversos tumores y con VIH se han modificado sus células inmunes mediante la técnica CRISPR-Cas9; a falta de estudios publicados, algunos informes apuntan respuestas positivas en el 40% de los enfermos. Los esfuerzos patrióticos de los científicos chinos contrastan con la prudencia occidental. “Hay muchas cosas sobre la técnica CRISPR que no entendemos aún”, declaraba hace un año en la web NPR la bioética Lainie Ross, de la Universidad de Chicago, aludiendo al enorme riesgo de mosaicismos y de inserciones indeseadas. “El daño podría ser mayor que el beneficio. Es una herramienta increíblemente poderosa”. Y puede ser innecesaria: “Contamos con fármacos efectivos y aprobados por la FDA que actúan de forma parecida”. Pero China, al igual que en otros ámbitos, quiere auparse en las primeras posiciones de la biotecnología y biomedicina.

Ver:

#ANIS19 Mesa: "Del ADN al CRISP conflictos bioéticos"

 
La promesa de fama y fortuna motiva a los científicos chinos más que el genuino deseo del descubrimiento o el afán de ayudar a las personas”, escribían la semana pasada en Nature Ruipeng Lei, Xiaomei Zhai, Wei Zhu y Renzong Qiu, principales directivos de la Sociedad China de Bioética.

Desde su mentalidad competitiva y su ideología materialista, los escrúpulos bioéticos apenas interfieren. No hay más que acordarse de sus extracciones a condenados a muerte de órganos para trasplantes, de la proliferación de clínicas de células madre, de la política del hijo único mantenida hasta que se ha hecho patente el desequilibrio demográfico o de una ley de salud materno-infantil de 1995 cuyo propósito explícito era “prevenir nacimientos de inferior calidad”, según escribía el año pasado en Foreign Policy el investigador Yangyang Cheng, de la Universidad de Cornell, en EE UU. Aunque atemperado por nuevas regulaciones y mayores escrutinios de los ensayos médicos debidos a la presión internacional, “el legado del darwinismo social aún impregna el país”. En este sentido, “China se parece al Salvaje Oeste”, decía también en NPR Carl June, de la Universidad de Pensilvania, implicado en el primer estudio aprobado en EE UU con CRISPR para tratar el cáncer, después de dos años de trámites, consultas y revisiones por parte de autoridades y comités éticos.

Mientras el Partido Comunista chino tiene una oficina en cada escuela y hospital, la presencia de comités éticos es opcional”, afirmaba Cheng. “China está en una encrucijada”, añadían en Nature los bioéticos chinos. 
El Gobierno debe hacer cambios sustanciales para proteger a otros de los efectos potenciales de experimentos humanos peligrosos. Las medidas van desde la monitorización de las clínicas de fecundación in vitro a la incorporación de la bioética en todos los niveles educativos”. 
Y, más en concreto, piden regulaciones y registros sobre edición genética, células madre, transferencia mitocondrial, neurotecnologías, biología sintética, nanotecnología y xenotrasplantes.(Ver)




Ver: 
Todo sobre CRISPR en PHARMACOSERÍAS

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