Cuando el proceso independentista iba cogiendo velocidad de crucero, con Artur Mas como presidente de la Generalitat y el choque institucional con el Estado ya parecía inevitable, el nacionalismo encontró en la multinacional catalana farmacéutica Grifols –con una facturación que ronda los 6.000 millones de euros y unos 25.000 empleados– el aval decisivo frente a un establishment económico barcelonés que empezaba a temer las consecuencias para su bolsillo de la aventura secesionista. Así como la coartada para sostener que la ruptura con el conjunto de España sería un negocio redondo.
«Tire adelante, no se arrugue», fue el inesperado y rotundo mensaje de ánimo que el 3 de abril de 2014, en plena controversia por la voluntad de Generalitat de celebrar una consulta soberanista el 9 de noviembre, el entonces presidente de la empresa de hemoderivados, Víctor Grifols Roura, trasladó a Artur Mas. Este paso al frente del patriarca de una de las grandes fortunas de Cataluña –junto a los Puig, Daurella, Roca y Gallardo– fue correspondido por el residente de la Generalitat con elogios a su «valentía y coraje». Virtudes que contrapuso a los «mensajes apocalípticos» que empezaban a expresar algunos entornos sobre el desenlace del próces.
Desde ese momento, la multinacional catalana, fundada por el médico Josep Antoni Grifols i Roig en 1909 como pequeño laboratorio familiar de análisis clínicos –que se beneficiaría con la I Guerra Mundial por la necesidad e interés por las transfusiones sanguíneas–, y que actualmente forma parte, junto a Almirall y Fluidra, de las tres empresas catalanas familiares en el Ibex 35, se convirtió en la abanderada económica del procés, como el Barça de Josep Guardiola lo fue en el terreno deportivo. Asumiendo un protagonismo en la conversación política que otras sagas empresariales afines a CiU, como los Carulla, prefirieron no emular.
La fe nacionalista de Grifols Roura, un emprendedor de fuerte carácter y que en el sector farmacéutico es considerado un «visionario», explica que, en octubre de 2017, cuando varios miles de empresas llevaron sus sedes fuera de Cataluña por la tensión política e incertidumbre económica, mantuviera la de su compañía en Sant Cugat. Si bien en 2015 trasladó a Irlanda, por su menor presión fiscal, la gestión de sus tesorerías y la dirección del área de biociencia, que desarrolla fármacos derivados del plasma, y que es la que más factura. En cambio, a finales de 2020 el presidente de la farmacéutica sí abandonó el consejo de Criteria, holding de participadas de La Caixa, por su rechazo a la absorción de Bankia por parte de CaixaBank, y en sintonía con la posición del independentismo.
El protagonismo público que adquirió Grifols Roura con el procés, que será recompensando en 2017, poco antes del referéndum, con la Cruz de Sant Jordi que le entrega Carles Puigdemont, se desarrolló en paralelo a un proceso de mayor internacionalización de la empresa –de la que la familia Grifols controla el 30%-, con todos los esfuerzos en el intento de liderar el mercado norteamericano del plasma. La compra en 2010 de Talcredis Bioteherapeutics Holding, por 2.800 millones de euros, sorprendió a los mercados, al producirse cuando España ocupaba los titulares de la prensa internacional por sus dificultades con la crisis, y situó a la empresa como el tercer mayor fabricante de hemoderivados del mundo, iniciando su cotización en el Nasdaq.
Eran unos días dulces para la multinacional catalana, elogiada por el ministro de Industria de Zapatero, Miguel Sebastián, como ejemplo que seguir por «basar su éxito en la I+D+i y en la internacionalización», y cuya planta en Parets del Vallès estaba considera por el Gobierno de EE.UU. –según reveló Wikileaks– como uno de los tres activos estratégicos que tenía España. No obstante, su intento de controlar al mercado norteamericano con la construcción de diferentes fábricas y la adquisición de otras empresas como Aradigm –con la que cosechó un estrepitoso fracaso en 2018 con un medicamento que llevará a esta filial a la quiebra–, vino acompañado de un grave problema de endeudamiento que provocó las primeras turbulencias internas.
El lastre de la deuda, que no se ve aliviado en 2018 por la entrada en el mercado alemán con la compra de la empresa alemana Haema, permitiéndole ampliar su red de centros de donación de sangre fuera de EE.UU., ni con la construcción en Egipto de una plataforma de suministro de plasma de África, obliga a Grifols renunciar a una de sus características históricas: un relevo generacional en familia. El 3 de octubre de 2022 Grifols Roura, coincidiendo con fuertes tensiones en los mercados financieros y rumores de opa, abandonó la presidencia de la compañía. Fue reemplazado por Steven F. Mayer, antiguo codirector de Cerberus Global Private Equity, como nuevo presidente ejecutivo. Movimientos que no aportaron estabilidad. Medio año después, Mayer abandonó su puesto, tras presentar un duro plan de contención de gastos, y la compañía dio un nuevo revés a la familia fundadora al apostar por que Thomas Glanzmann añadiera al cargo de consejero delegado el de presidente. En esa operación, fueron destituidos como Ceo solidarios a Víctor Grifols Deu y Raimon Grifols Deu (hijos de Grifols Roura). Tras esos cambios y la pérdida de peso de la familia, en la actualidad forma parte del consejo de administración Raimon Grifols Roura, hermano del ex presidente, así como Víctor Grifols Deu y Albert Grifols Coma-Cros.
Más allá del farmacéutico, los Grifols han diversificado su negocio y ejercen su influencia en otras áreas a través de la empresa Scranton Enterprise, com inversiones en la bodega Juvé & Camps, en la inmobiliaria Centurion Real Estatecon, en con el Club Joventut Badalona de baloncesTo, en la promotora BeCorp, o en la papelera Iberboard.
Además, en la pugna por el patrocinio del Camp Nou, que finalmente ganó la norteamericana Spotify, el nombre de Grifols estuvo hasta el final en todas las quinielas
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