El coronavirus que nos invade, el famoso SARS-CoV-2, responsable de la enfermedad que la Organización Mundial de la Salud ha bautizado como covid 19, es un virus compuesto exclusivamente por RNA (Ácido Ribonucleico). Ello equivale a decir que, una vez introducido en una célula, utiliza los elementos ajenos para poder reproducirse y seguir invadiendo territorios. Se trata de lo que en Biología se denomina un parásito. El parasitismo es un tipo muy especial de relación entre dos seres, en la que uno vive a expensas del otro y obtiene beneficios (huésped), mientras que el que se denomina anfitrión asume todos los perjuicios posibles. La diferencia es bien patente con la modalidad denominada sinergia, en la que existe una interacción biológica entre los dos organismos para alcanzar un beneficio mutuo.
Desgraciadamente, en nuestro mundo, existe mucho parasitismo y poca sinergia, cuando las ventajas de esta segunda opción son bien evidentes y debería facilitarse siempre su adopción. El lenguaje actúa algunas veces como un virus y, desgraciadamente lo hace en la forma mencionada del coronavirus RNA, comportándose como un parásito que dificulta la comunicación humana. Para ello no tiene más que confundir a los interlocutores, introducirse en los códigos cerebrales que traducen las palabras a conceptos y convertirse en un auténtico Babel de los protagonistas.
Por esta razón se conoce ya desde muy antiguo que nada engaña tanto como las palabras y que solo los hechos hablan por sí mismos. Además, los virus se conducen en epidemias, por no hablar de pandemias, y en el caso del lenguaje estos accidentes pueden observarse perfectamente en todas la campañas electorales cuando el viento los traslada por las comunidades y plazas públicas.
En estos episodios no existe vacuna posible ni antídoto conocido, solo se atenúa su efecto tras un domingo de ajetreo, cuando las personas acudimos con un papel en la mano, que depositamos ordenadamente en una caja vigilada. Pero siguen actuando fuera de programa en las inauguraciones, en los festejos, en el foro y en la plaza pública, ya sea en un local cerrado o en campo abierto.
Existen algunas palabras que son ejemplos virales en su comportamiento y emisores humanos que, cada vez que pronuncian un sonido, emiten fragmentos de RNA viral. Libertad, solidaridad, cooperación, justicia, son buenos ejemplos de palabras complejas, que no deberían serlo. Dejo para ustedes encontrar ejemplos de los emisores humanos. Es difícil que transmisor y receptor entiendan lo mismo ante la expresión de estos vocablos. Es más, el eco difunde una y mil veces sus nombres y resuenan en el valle de lágrimas que las acoge, como si de una composición dodecafónica se tratase. Solo la sencillez de la poesía o de la música, y no siempre, devuelven cada palabra a su significado real y trasladan el sentimiento a cada letra pronunciada, que sale desde lo más profundo del emisor y alcanza limpiamente los receptores de otro corazón sensible.
Vean si no el poema de un espíritu herido, Miguel de Unamuno (1864-1936), quien en su credo poético nos recuerda lo siguiente:
«No el que un alma encarna en carne, tan presente,
no el que forma da a la idea es el poeta,
sino que es el que alma encuentra tras la carne,
tras la forma encuentra idea».
Que las formas no nos impidan contemplar la pureza de la idea y que ésta se convierta en acción concreta y permanente.
Poesía pura y sin engaño, que puede también apreciarse en el famoso «Cantique de Jean Racine» de Gabriel Fauré (18451924):
«Verbe égal au Très-Haut, notre unique espérance,
jour éternel de la terre et des cieux,
de la paisible nuit nous rompons le silence:
Divin sauveur, jette sur nous les yeux».
(El verbo de Dios es nuestra única esperanza, el día eterno de la tierra y los cielos, en la tranquila noche rompemos el silencio. ¡Divino Salvador, pon sobre nosotros los ojos!).
Fauré compuso este himno para coro mixto, órgano o piano, en su juventud (1864) y con ello ganó el primer premio de la École Niedermeyer en París, donde estudiaba. Está escrito en la tonalidad de re bemol mayor, para transmitir paz y sosiego, aspecto sumamente apreciado por todos los directores de coro. El texto está tomado de un himno religioso atribuido a San Ambrosio y que forma parte del Breviario Romano para las oraciones matinales, oportunamente traducido al francés moderno por Jean Racine (1639-1699). El «Cantique de Jean Racine» fue dedicado a César Franck (1822-1890), quien dirigió la obra en su estreno, efectuado en París en 1875.
La mejor vacuna para el virus del lenguaje es una doble inyección simultánea del pensamiento del vasco y de la música del occitano. Lean atentamente el credo poético mencionado y escuchen la composición juvenil que les comento. Se trata de una obra breve de gran belleza, que permite creer de nuevo en la palabra, especialmente si se acompaña del silencio. Luego actúen en consecuencia y eviten en lo posible que los virus, los reales y los imaginarios, nos sigan infectando.
Pere Casan
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