Julio Llamazares
Entre otras obras, destacan sus libros de poemas La lentitud de los bueyes (1979) y Memoria de la nieve (1982), de este hay una edición ilustrada de 2019, ambos poemarios se reunieron en la colección Hiperión de poesía y, con otros poemas, en Versos y Ortigas (Poesía 1973-2008); las novelas Luna de lobos (1985), La lluvia amarilla (1988), Escenas de cine mudo (1994), El cielo de Madrid (2005), Las lágrimas de San Lorenzo (2013) y Distintas formas de mirar el agua (2015); los libros de viajes El río del olvido (1990) Cuaderno del Duero (1999),Trás os Montes (1998), Atlas de la España imaginaria (2015) y El viaje de don Quijote (2016), y los libros de su recorrido por España a través de sus catedrales - Las rosas de piedra (2008) y Las rosas del sur (2018)-; la crónica El entierro de Genarín (1981), el guión Retrato de bañista (1984), el libro de relatos Tanta pasión para nada (2011) y las recopilaciones de los artículos en prensa que se han ido publicando a lo largo de los años.
Entre otros muchos reconocimientos, ha recibido el premio Jorge Guillén, el premio Ícaro, el premio Nonino y el premio Nueva Cultura del Territorio.
Lo que uno no se explica es que, viviendo en un país con 46 millones de expertos en pandemias, hayamos llegado a esta situación. En un país en el que todo el mundo sabía lo que se nos avecinaba con días y hasta semanas de antelación, no se comprende que nadie advirtiera a las autoridades sanitarias para que tomaran las medidas oportunas para protegernos. Que las autoridades sanitarias no tengan ni idea de virus no nos justifica al resto (carpinteros, fontaneros, escritores, periodistas, abogados, ingenieros de caminos…) no haberlas tomado por nuestra cuenta.
Tampoco se comprende bien que, sabiendo como sabemos todos lo que hay que hacer a cada momento, no solo ante una pandemia, sino ante cualquier problema, elijamos siempre para que lo hagan por nosotros a los más ineptos. Da igual cuál sea el Gobierno; siempre es el más incapaz, el más impresentable y el más torpe. La oposición, en cambio, siempre está más preparada; lo que no se comprende bien es por qué no la elegimos para gobernar. Debe de ser que la población vota siempre lo contrario de lo que querría.
Desde hace tres semanas, España entera se ha convertido en un hospital, pero no tanto por la saturación de enfermos en ellos, sino por la de los medios de información y las redes sociales de opiniones y consejos sobre el coronavirus. Quien más, quien menos, todos tenemos una opinión autorizada sobre la enfermedad, lo que significa que hay tantas opiniones como personas. Y lo mismo sucede con la estrategia seguida por el Gobierno para combatirla. Todos lo habríamos hecho mucho mejor que él, puesto que todos somos expertos en epidemiología y en gestión de crisis.
Llegados a este punto, lo que deberíamos es plantearnos mudarnos a otro país donde el Gobierno actúe como debe ser. A Italia no, porque el suyo lo ha hecho aún peor que el nuestro (hay más muertos, por lo menos). A otros países europeos tampoco, puesto que todos hacen lo mismo que el italiano y el español con mínimas diferencias. Al Reino Unido ni se nos ocurra; no nos quieren como vecinos y menos ahora. A Estados Unidos nadie lo aconseja ya (es el país con más contagios del mundo), y a Sudamérica, África, Asia y Oceanía, igual. ¿Qué nos queda? Pues, salvo Corea del Norte, de la que no se tienen noticias, nada. Pero tampoco aconseja uno ir a vivir allí a menos que se esté muy desesperado. Antes viajar a la Luna o a Marte, aunque solo sea con la imaginación.
El Gobierno español ha hecho muchas cosas mal, seguro, pero dudo de que otro las hubiera hecho mejor, pese a lo que la oposición diga ahora desde la barrera. La excepcionalidad y la virulencia de la pandemia del coronavirus hubieran cogido por sorpresa a cualquier Gobierno, fuera el que fuera, como les ha cogido a otros de todo el planeta. Por supuesto que la oposición está para controlar la acción del Gobierno y que todos podemos opinar también sobre ella, faltaría más, pero de ahí a creernos especialistas en materias tan complejas como la epidemiología, la economía o la gestión de un Estado en tiempos de crisis hay una gran distancia. La que va de la opinión al cuñadismo, esa enfermedad social que amenaza con ser tan dañina como la del coronavirus, pues la única medicina que la combate, que es la prudencia, escasea tanto o más que los respiradores en los hospitales.
El Pais 4.4.2020
No hay comentarios:
Publicar un comentario