domingo, 26 de abril de 2020

Fallece José María Calleja / Diario de la fiebre

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Escritor, profesor, articulista con columna en este periódico a través de Colpisa y analista político fajado en mil batallas, Calleja perdía este martes la que llevaba varias semanas librando contra el coronavirus. 
Su muerte, a los 64 años, causó un profundo pesar en los ámbitos periodístico y político en los que se ganó el respeto de todos diciendo verdades como puños y sin bajar jamás la mirada ni acallar su libérrima voz ante nada y ante nadie.

 'Diario de la fiebre' fue su última columna, distribuida desde Colpisa a finales de marzo a los periódicos regionales de Vocento. En ella daba cuenta de sus rutinas «para vencer al bicho» de la soledad que a veces le atenazaba y de cómo cada día aplaudía a las ocho para dar ánimo a los sanitarios y a sí mismo. (Más)

 'Diario de la fiebre' 

El diario del afectado por la fiebre de virus incorpora una serie de rutinas imprescindibles para tratar de vencer al bicho, ya veremos en qué plazo. Es necesario tomar el Paracetamol que te recomiendan en el centro de salud del barrio, en mi caso en Madrid.

Al principio se tomaba la pastilla primero y luego se medía la temperatura. Ahora te dicen que no, que mejor tomarse la temperatura primero y luego administrarse la píldora de Paracetamol: voluminosa, contundente, sin sabor edulcorante alguno que amortigüe su aire de escayola.

Los famosos «desayuno, comida y cena» tienen aquí un aire de disciplina militar, inapelable, a pesar del tono siempre amable de la persona que te atiende regularmente. Luego está la tarea de escribir, de apuntar, antes de que se te olviden, los registros de cada día, cotejarlos con los de ayer, esperar que sean mejores los de mañana y contarlo no solo a los médicos, también a los buenos amigos y amigas que se interesan por ti y que te desean una pronta recuperación, entre ellos algunos médicos.

La soledad sonora de la calle le añade un punto de bajón al encierro, que sólo se estimula a las ocho de cada día, cuando salimos a aplaudir a los sanitarios y también nos damos energía a nosotros mismos. En esa especie de ejercicio de solidaridad que tiene también bastante de terapia de grupo: compartir una misma idea con gente a la que no conocías al principio, pero que ya sientes que son tus colegas de quedada.

Lo malo son las tardes, con esa fatiga de cuerpo que le llena a uno de coartadas para no hacer nada. A veces, nada, en sentido estricto.

La saturación informativa, el estar permanentemente conectado a la actualidad, más en bucle que nunca, añade otro elemento de fatiga que produce tal saturación que te lleva a ver con delectación películas como «Testigo de Cargo», de Billy Wilder, con el insuperable Charles Laughton, valor eterno de calidad cinematográfica. Buenas películas que te lleven a otros mundos.

Ya casi nadie se atreve a predecir cuándo llegará el famoso pico, antesala al parecer de una disminución de los casos. Yo, con que en septiembre puedan empezar las clases, me doy con un canto en los dientes. Mientras, asistimos al terrible recuento de bajas en los centros de ancianos. Lugares que no están preparados, no solo para atender en condiciones a esos ancianos, tampoco para evitar la escabechina. El otro día, un paisano huyó del centro alegando que si se quedaba allí iba a la muerte segura. No sé cuántas cosas se llevará por delante este destrozo, pero nuestra alta esperanza de vida ya está quedando tocada.

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