domingo, 29 de marzo de 2020
Citario/El dijo que...: El mundo se detuvo y quedamos pedaleando en el aire.../ Alexandra Kohan*
—Antes que todo, me llamó la atención la velocidad con la que se pusieron a circular campañas, no hablo de las campañas oficiales, sino de consignas, consejos, ideas, y todo tipo de cosas para hacer durante la cuarentena. Eso es lo que más me llamó la atención: la velocidad con la que se anticiparon supuestos escenarios. De hecho, esas consignas se transformaron rápidamente en hashtags.
Esa velocidad con la que no nos dejaron ni siquiera advertir qué estaba pasando me pareció un tanto apabullante. Luego, lo que me llamó la atención fue la manera en que se fantaseaban todas las escenas: excluyendo la angustia. Quiero decir, por un lado, todas esas consignas estarían al servicio de que nadie se angustie o se aburra o se “caiga”; pero por otro lado, no estoy tan segura de que se estuviera pensando en que eso estaba en función de no angustiarse, sino que noté que directamente no se “calculó” la angustia. Porque todas esas propuestas se podrían hacer en la medida en que uno no esté con la angustia que implica esta situación que es absolutamente inédita y que cancela la cotidianeidad de golpe.
¿Cómo se podría leer, escribir, terminar la tesis, ordenar el placard, “aprovechar”, si el mundo, tal y como lo habitamos hasta hoy, ya no está más ahí?
Me parece muy complicado intentar armar escenarios como si nada estuviera pasando, como si todo fuera igual pero dentro de casa. Una cosa va con la otra: no hubo tiempo para advertir qué es esto y por eso todos los imperativos terminaron siendo negadores de un real que nos está afectando indefectiblemente y cuyos efectos aún son incalculables.
Lo que creo es que los discursos imperativos y moralizantes sirven para no pensar, para negar lo que está ahí ineluctablemente. Sirven para anestesiarse, ni siquiera para tranquilizarse. Son una especie de narcótico que impide parar y permitirse no saber qué hacer. Quizás tengan audiencia porque para algunos es más fácil obedecer, creyendo que hay alguien garante de las decisiones que se toman; porque esos discursos suponen que existe alguien que sabe, que no se equivoca y que nos está garantizando que no nos vamos a equivocar nosotros. Sirven también para llenarnos de culpa porque, claramente, son imperativos incumplibles que dejan, al que quiere alcanzarlos, siempre en déficit.
De hecho, muchos de nosotros, lógicamente, no estamos pudiendo hacer nada de lo que hacíamos habitualmente. Como me decía ayer mi amigo y colega Darío Charaf: estamos entre la inhibición y la angustia, oscilamos ahí. Y es que la idea misma de hábito quedó cortada de cuajo. La vida cotidiana está llena de hábitos y de rutinas que son, en definitiva, lo que arman el entramado de la realidad de cada quien.
Se desgarró ese entramado y no hay con qué, por ahora, coserlo.(Más)
* Alexandra Kohan, psicoanalista, docente UBA
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