Popeye cumple 90 años y se volvió políticamente correcto
En una serie reciente, en YouTube, dejó la pipa y cultiva las espinacas.
A sus seguidores las nuevas costumbres no los convencen.
¿Quién desconoce el poder de las espinacas?
¿A quién su madre no trató de hacérselas comer poniendo como ejemplo la fuerza de Popeye?
...Popeye cumple 90 años.
Nació de la mano de Elzie Crisler Segar, un jovencito que había aprendido humor de la películas de Charles Chaplin, quien lo dibujó en su tira cómica Timble Theater (Teatro Dedal) que aparecía en el New York Evening Journal. Cuatro años después llegó a la pantalla grande gracias a Max Flescher -quien ya había creado a Betty Boop-, e hizo delirar al público, que se identificó de inmediato con él. Y hasta se comió las espinacas, que fueron promovidas a partir de un error de imprenta, ya se verá.
Popeye era otro marginal que luchaba en medio de los años del crack de la Bolsa, por salir adelante. Una galería de personajes lo acompañaba siempre, además de su novia Olivia Olivo. Ellos eran su enemigo Bluto, cuyo nombre se transformó en Brutus por una cuestión de derechos: un forzudo que le disputaba a Olivia cuantas veces podía y a veces llegaba directamente a secuestrarla; Wimpy, el incansable comedor de hamburguesas; Cocoliso, un bebé al que recibió por correspondencia y adoptó. En ocasiones, la malvada es la Bruja del Mar, que tiene la piel verde. Algunos misterios quedaron aclarar a lo largo de los años, por ejemplo, cómo se saltó el ojo Popeye y de quién era hijo Cocoliso.
En el episodio Bride and Gloom de 1954 Olivia y Popeye por fin se casan y Cocoliso será el hijo adoptivo de ambos.
El marino Popeye era decididamente feo: gruñón, patizambo, pelado, tuerto y con una eterna pipa de mazorca de maíz en la boca; tatuado con un ancla en el antebrazo e irremisiblemente enamorado de Olivia, flaca como un fideo (aunque también tuvo su época sexy).
Él usaba un traje negro de marinero, pero durante la Segunda Guerra Mundial, apareció vestido con el traje blanco de la Marina.
Hablaba un inglés canyengue y tenía una respuesta usual y un poco grosera cuando le preguntaban si era un marinero: “Ja think I'm a cowboy!” (algo así como "¡No, si voy a ser un cowboy!). ¿Flaqueaban sus fuerzas? Entonces de inmediato abría una lata de lo que parecía una poción mágica: espinacas, y sus bíceps se volvían de acero.
La gente rápidamente asociaba que comer espinacas le daría una superfuerza y entonces se incrementó la venta de esas verduras de manera sideral. Cuenta la leyenda que la campaña se basó en un error: se basaba en una investigación del científico alemán Erich von Wolf, que decía que estas hojas tenían 35 miligramos de hierro cada cien gramos. Pero un error de tipeo había metido la cola: eran, 3,5 miligramos.
Ver:
Popeye nos engañó: las espinacas no tienen más hierro que la lechuga.
Cuando el asunto se aclaró, el personaje ya era inseparable de su alimento mágico. (...)
(Más)
Oscar Steimberg: "Popeye es simple y duro"
El semiólogo Oscar Steimberg analiza el personaje, a pedido de Clarín.
Popeye es simple y duro, se presenta como degustando la previsibilidad y el posible componente de repetición de cada una de sus experiencias. Podría decirse que en eso todos los héroes y superhéroes de la historieta norteamericana de aventuras se le parecieron, al menos en su etapa fundacional. Pero el Superman o el Batman de los tiempos siguientes -de estas últimas décadas- cambiaron hasta el punto de incorporar expresiones faciales de confusión, de asombro, de duda… Cambiaron como cualquier personaje de novela contemporánea con respecto a los que podrían (pudieron) ser sus referentes históricos.
En la cara de Popeye esos virajes hubieran sido algo extraño hasta la inverosimilitud: esa simplicidad incluía la provisión al lector de la posibilidad de una sorprendente velocidad de lectura; lo cómico podía consistir en la reiteración de una construcción de sentido que apelaba a poquísimos elementos: Popeye era un adulto serio, huraño, impaciente, capaz de competir sin embargo en esencialidad y elementalidad de la expresión con un niño pequeño y en seguridad y firmeza de esa misma expresión con ese adulto tan rudo y tan seguro.
Como si la instancia de la imagen, en la historieta impresa, hubiera jugado desde sus inicios a simplificar y sintetizar su infinitud, antes de incorporar las irrupciones permanentes de recomienzo y autoironía de la historieta y el dibujo animado de los tiempos que vinieron después.
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