Se acerca el
"Dia de todos los muertos"...
En esta bienvenida publicación se presentan dramáticas historias reales en los finales de la vida, relatadas por prestigiosos escritores; allí se desandan sinuosos caminos que padecen pacientes, familias y equipos de salud.
Los puntos de contacto entre los distintos relatos se resumen en la negación maníaca de la muerte, en la apropiación medicalizada y judicializada del morir y en la desconsideración del sentido de dignidad que cada persona otorga según sus deseos y proyectos personales.
El ocultamiento del morir y de la muerte es el dato saliente de estos tiempos; para el paradigma médico vigente, la muerte es la exposición al fracaso, de ahí la necesidad de su enmascaramiento documentado en distintos eufemismos (óbito), y en la transferencia de responsabilidad por su inevitable suceso al paciente que “no responde a maniobras de resucitación”, o a la propia entidad fisiopatológica por la “evolución natural de la enfermedad”. Una educación médica “triunfalista” nos hace pensar que la muerte es nuestro fracaso, pero cuando hicimos todo bien la muerte no es un fracaso, es un devenir de la vida. Advertía Paracelso que la gran virtud en medicina es la “modestia”: saber cuándo la naturaleza dice basta y respetar ese basta; no hacerlo lleva al tristemente célebre “encarnizamiento terapéutico”, que de terapéutico no tiene nada y sí mucho de encarnizamiento.
En situaciones de “futilidad”, el retiro de las medidas de sostén vital no es eutanasia, no es matar, no es dejar morir, es permitir morir la propia muerte. En su agonía, Rilke echó a los médicos que lo rodeaban y que le administraban medicamentos, diciéndoles: “¡Váyanse, quiero morir de mi propia muerte y no de la muerte de los médicos!”….. (Ver)
Daniel Flichtentrei y Ricardo Mastandueño.
Permiso para morir.
Cuando el fin no encuentra su final
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