domingo, 1 de noviembre de 2015
La Expiación de la Escritura / Alejandra B. Herranz A.*
Escribir es vivir, puso por título José Luis Sampedro a uno de sus últimos libros. En El escritor y sus fantasmas, Ernesto Sábado intentó desentrañar sus objetivos de escritura: por qué, cómo, para qué de la escritura entre observaciones en torno de la filosofía, la cultura y la literatura.
¿Qué sucede cuando la escritura se vuelve una expiación? En el diccionario de la Real Academia Española, se define “expiar” como “ borrar las culpas, purificarse de ellas por medio de algún sacrificio”.
Resulta duro cuando ese sacrificio pasa por la propia vida en su rendición ante la muerte irremediable. Y esa escritura no se desliga de su contracara, la lectura; o aun de la re-lectura. Por el contrario, es como si aquella escritura se completara en la lectura.
La brillante ensayista estadounidense Susan Sontag murió el 28 de diciembre de 2004. En 1997 había escrito su magnífico libro La enfermedad y sus metáforas, el sida y sus metáforas, donde habló mucho sobre el cáncer que la había afectado en 1975. Sin embargo, en 2004 volvía a luchar por tercera vez contra el cáncer: esta vez en su sangre.
A lo largo de su enfermedad última llevó un diario. Cuatro años después, en 2008, su hijo, el también escritor y periodista David Rieff publicó Un mar de muerte. Recuerdos de un hijo: su propia bitácora personal en la que daba cuenta de la travesía de su madre por el síndrome mielodisplásico que la aquejó con dureza. Un cáncer en su sangre con el que, esta vez, no pudo.
En su propio mar de reflexiones, Rieff observa: “Mi madre siempre se consideró a sí misma como alguien cuyo anhelo por la verdad era insaciable. Tras el diagnóstico, el anhelo perduró, pero estaba desesperada por la vida y no por la verdad”. Racionalista a ultranza, con su fe puesta en la ciencia más que en la religión, Sontag se volcó en su derecho a la verdad como una vida más que en su esperanza como manifestación voluntarista.
“Una de las citas predilectas de Jerome Groopman [jefe de medicina experimental en el Centro Médico Beth Israel Deaconess de Boston y especialista en cáncer sanguíneo hacia 2006] es la frase de Kierkegaard según la cual aunque la vida sólo puede ser entendida en restrospectiva, ha de ser vivida en perspectiva”, observa Rieff.
La falta de perspectiva en este sentido, llevó a Sontag a vivir tirando de proyectos y de anhelos, aunque más no fuera cinco minutos más. Para atrás, ni para tomar impulso. Apenas le alcanzó unos meses. Pero lo hizo.
También lo hizo el periodista José Comas, Pepe, con quien tuve oportunidad de trabajar y colaborar. Para cuando Sontag cedía definitivamente en su expiación de escritura, Pepe comenzaba con la suya.
“Los médicos han diagnosticado en Berlín que José Comas, de 60 años, corresponsal en Alemania del periódico español El País, padece un linfoma de tipo maligno que responde al nombre de No Hodgkin”, comenzaba la primera crónica del linfoma que Pepe escribió y envió por e-mail al “Cuerpo Místico” el 8 de diciembre de 2004. “Tanto Comas como No Hodgkin se encuentran en perfecto estado de ánimo y dispuestos para darse de hostias en una pelea a muerte con incierto desenlace”, escribió.
Pepe lo cumplió: enfrentó al protervo, como llamó al linfoma. Con su oficio querido a través de sus crónicas, con sus fotografías; con su estilo: hablando de su enfermedad como un tema periodístico desde su propia actualidad personal. Alcanzó a agradecer, a compartir, a contar su propia degradación física sin miedo.
Como Sontag, Pepe supo que ésta era su vez definitiva. Pero la extendió por tres años y poco más, a diferencia de los apenas nueve meses de Sontag. Ninguno de los dos quiso contar en retrospectiva: en sus respectivas racionalidades, cada uno apostó por la posibilidad de una cierta prospectiva a su tiempo.
En lo que a mí respecta, no conocí a Susan Sontag; apenas tomé contacto con sus pensamientos en sus libros. De Pepe, recibí puntualmente sus once crónicas, como tantos otros camaradas de su “Cuerpo Místico”. Hasta que, en la Semana Santa de 2008, un 22 de marzo, frío y nevado en Berlín, Pepe murió aquella madrugada, “dormido y tranquilo” como puntualizó su viuda Ana Lorite. Era un sábado. Yo estaba en Portugalete, cerca de Bilbao y camino de Durango, aquel día de cielo de plomo y lluvia copiosa, furiosa e incesante; como quien brama su bronca por una pérdida.
Han pasado siete años y medio de aquel sábado. Es domingo. Estoy terminando de leer el libro de Rieff. Acabo de terminar La enfermedad y sus metáforas, el sida y sus metáforas de Sontag, a propósito de una biografía que estoy escribiendo con la biografiada. Leí oportunamente los e-mails de Pepe y también su libro póstumo Crónicas del linfoma, del propio Pepe, que hoy volví a abrir y releer.
Sin saber muy bien por qué, me senté a escribir algo sobre Pepe y Sontag, sobre sus enfermedades y sus libros respectivos. Una cierta expiación personal, sin que medien culpas, más que una pequeña responsabilidad de recordarles.
Aun sabiendo que, como apunta Rieff en su libro, “no es posible vivir la propia vida cediendo a los deseos de otra persona sobre la base de una conclusión actuarial según la cual es más probable que se viva más que ella. Y, sin embargo, no creo ser el único al que le habría gustado que así hubiera sido, a pesar de lo extraño o absurdo que pueda parecer”.
Apenas este gesto personal de traerlos por cinco minutos, a la generosidad de esta tarde de sol, en esta otra expiación de la escritura.
Fotografía: José Comas, en Google Imágenes.
(*) Alejandra B. Herranz A.
es editora de "desde el promontorio"
Ver también:
Ratón de biblioteca: Jose Comas Crónicas del linfoma
Citario/El dijo que...: El enfermo y la sensibilidad de su tiempo / Luis Carlos Tejerizo López
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