Un día tras leer un artículo en la edición americana de Cosmopolitan sobre regímenes inusuales, me dirigí a este singular oráculo. Descubrí que la pinza en la napia no solo era útil para perder peso sino también para lograr un apéndice refinado. «Colócate una pinza para sostener la ropa en un tendedero. Te la colocas el mayor tiempo posible y respiras por la boca». La majadería no es sin embargo una novedad. En 'Mujercitas' [Louisa May Alcott], Amy March, de las March de toda la vida, ya se ponía una pinza en la nariz para dormir en su camita después de jugar a los peregrinos.
Leí la carta de Horcher con mi pinza. Me estaba pequeña y apenas me permitía respirar. Traté de beber agua pero la copa chocaba con la madera. Intenté hacer lo propio con el vino pero en este caso, ya no se trataba de un problema logístico: La Nieta me sabía a agua de Jamaica.
La nariz me dolía. Tenía las papilas gustativas adormecidas y el paladar como una trozo de cartón. La sensación era idéntica a uno de esos catarros que embotan el cerebro y secan el alma. Comí parte de la raya con la pinza en la nariz -qué dolor- pero era como comerse un trozo de toalla. El método de 'Yahoo answers', desde luego, funcionaba -¿quién podía comer así?- pero era imposible aguantar con aquello en la nariz más de cinco minutos. ¡Cómo admiré en aquel momento al equipo de natación sincronizada!
Por supuesto, fui incapaz de acabar la cena con semejante artilugio y para tranquilidad del resto de comensales y de mi fuente, terminé comiéndome hasta el baumkuchen, ese pastel alemán esponjoso como las nubes de infancia.
Tras el fracaso de la pinza, acudí de nuevo a los foros de Internet para proseguir mi búsqueda. En bellezapura.com y otros foros de idéntico corte intelectual, encontré un método algo más discreto.
Se trataba de unas gafas con los cristales azules. «Según resientes (sic.) estudios, se sabe que el color 'asul' es un color frío que tiene un efecto relajante, por lo que la 'exsitasión' que produce ver un platillo sabroso en color 'asul', se ve 'redusida' significativamente», rezaba una de las páginas. Compré unas gafas en una óptica que me costaron 30 euros. La cerveza no estaba tan amarilla pero seguía pareciendo helada. El tocino de cielo sabía igual de bueno. Me puse la pinza para reforzar el efecto. Ese día, mi ligue me dejó. (Más)
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