Algo nos pasa con el dolor en este país. Vivimos, por suerte para nosotros, en un tiempo y en una parte del mundo en que existen numerosos analgésicos contundentes y terapias capaces de hacer desaparecer o al menos aliviar casi cualquier padecimiento físico. Pero una parte importante de la clase médica española no parece haberse dado cuenta. Es probable que esa insensibilidad hacia el sufrimiento tenga que ver con nuestra arraigada educación católica. Los católicos estrictos consideran que hay que sufrir todo el dolor que Dios nos envía y del que él nos recompensará en el otro mundo. Me parece una postura tan respetable como cualquier otra, siempre y cuando se la apliquen a sí mismos y no se empeñen en torturarnos a los demás en aras de su fe. Lo malo es que muchos médicos adoptan ese concepto moral sin consultar a sus pacientes, obligándolos a someterse a su criterio religioso. Y que otros muchos actúan sin compasión por contagio, por comodidad o por mera indiferencia. Quizá estaría bien que de vez en cuando escuchasen a su conciencia, ese órgano errático y olvidado, pero imprescindible en la vida humana.
Angeles Caso/El dolor y la indiferencia
La Vanguardia Magazine | 04/07/2013
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