'Dime de qué presumes, y te diré de qué careces', dice el refranero. Parece que la sabiduría popular no se equivocaba en el caso de Adolf Hitler, porque su afán invasor escondía algún que otro complejo sexual. Quién sabe si fue por ese pelín de estrés que produce 'conquistar' el mundo, o tal vez por el temor a no ser capaz de satisfacer la fogosidad de una joven amante que contaba veinte años menos que él, pero el caso es que el Führer se atiborraba de un compuesto médico similar a la Viagra. Más en concreto, se inyectaba testosterona y un explosivo cóctel de semen y glándulas de la próstata de toros jóvenes que le ayudaban a seguir el ritmo sexual de Eva Braun.
Demasiado tarde para que leyera lo que propone el Dr. Enrique Gavilán en su twitt:
Medicalización del envejecimiento y síndrome por déficit de testosterona
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