martes, 24 de junio de 2008

Hacer caja con la salud...


http://www.publico.es/estaticos/pdf/15062008.pdf





CIENCIA DE PEGA // MIGUEL ÁNGEL SABADELL

En 2003, la prestigiosa revista British Medical Journal (BMJ) publicó un artículo titulado ¿Quién paga la pizza?

Denunciaba el conflicto de intereses entre los dos grandes de la medicina moderna: médicos e industria farmacéutica. El gigante Merck Sharp & Dome demandó en 2002 al Instituto Catalán de Farmacología y a su director, Joan Ramón Laporte, por denunciar graves irregularidades en la realización y análisis en los ensayos clínicos sobre uno de sus productos estrellas, rofecoxib.

La sentencia de 2004 absolvió a ambos y fue un varapalo para la arrogante industria farmacéutica.


http://www.bmj.com/cgi/content/full/326/7400/1189 http://bmj.bmjjournals.com/cgi/content/full/326/7400/1193

A principios de la década de 1980, Eli Lilly amenazó con un juicio al editor de BMJ si publicaba datos que ponían en duda la seguridad de cierto medicamento. El más llamativo fue el caso Olivieri, una científica de la Universidad de Toronto contratada por Apotex para estudiar un fármaco que trataba la talasemia mayor, una anemia hereditaria. Tras unos primeros buenos resultados, una segunda tanda de ensayos –al parecer, ya no sujetos al compromiso de confidencialidad–, descubrió que el medicamento producía fibrosis hepática. Cuando intentó publicar sus resultados, fue amenazada con una demanda millonaria.

Olivieri no se arredró y los publicó en 1998.

La Universidad de Toronto, que debió haberla apoyado, la echó de su puesto de directora del hospital infantil (los 13 millones de dólares que recibiría de Apotex eran un buen motivo).



http://www.nature.com/nm/journal/v7/n6/full/nm0601_644a.html

Ocultar estudios negativos sobre un medicamento es algo más que habitual. El caso de Glaxo en 1998, que en un documento interno pedía a sus empleados ocultar los resultados de un estudio que concluía que la paroxetina no era mejor que el placebo para tratar la depresión en adolescentes, es uno de tantos.

Los lazos demasiado estrechos entre los médicos de alto nivel y las empresas farmacéuticas hacen planear la duda sobre los estudios clínicos, hasta el punto de que las revistas médicas se ven incapaces de encontrar revisores para los artículos que no tengan alguna dependencia con los laboratorios.

Mal camino llevamos si los estudios clínicos se acaban convirtiendo en folletos publicitarios. Por eso, es edificante descubrir que hay quien no se vende. A principios de este año, se publicaba un metaanálisis –un estudio de ensayos clínicos, no pagado por ninguna farmacéutica– sobre los nuevos antidepresivos. La investigación reveló algo que ya se sospechaba desde 1999: en general no son mejores que el placebo.

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