El proyecto del Lazareto de Mahón fue tan titánico como necesario. El comercio marítimo con África suponía la llegada de pasajeros y mercancías que se convertían en posibles portadores de enfermedades contagiosas. Con la necesidad de construir unas instalaciones sanitarias donde pasar la cuarentena, Menorca se convirtió en la ubicación perfecta. Una iniciativa que tuvo que lidiar con las crisis económicas y los conflictos bélicos de la época.
Pese a la decisión política, la falta de recursos económicos hicieron que la puesta de la primera piedra se retrasara hasta 1793. Un año más tarde, y después de que la Corona hubiera agotado el presupuesto, las obras se paralizaron.
El proceso comenzaba con el interrogatorio a los patrones de los barcos que debían presentar la patente de sanidad seguido de una inspección visual a los barcos.
Los pasajeros pasaban por un perfumador donde los gases destruían supuestamente las miasmas. En realidad, vapores de olor penetrante que tapaban los malos olores que se asociaban con esas miasmas contagiosas. Las mercancías se fumigaban o, de no ser posible, se oreaban.Tras otro parón durante lo que duró la nueva dominación inglesa, el Lazareto se acabó de edificar en 1807.
Con la Guerra de la Independencia de por medio, el estado no aprovisionó al centro para su funcionamiento. Durante una década fue utilizado como hospital, cuartel e incluso prisión. El 1 de septiembre de 1817 llegó el primer barco. La función de aislamiento era una máxima también en la estructura del lazareto. Una muralla dividía el espacio interior en dos partes: al oeste, la patente sospechosa (donde la peste no estaba declarada) y al este, la patente sucia que recibía a los viajeros llegados de puertos con epidemias o con algún enfermo declarado en el barco. Cada departamento tenía su propia enfermería y un huerto para alimentar a los internos.
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