

En el momento en que Vladimir sufre un ataque al corazón y se sitúa al borde de la muerte, Elena (típica ama de casa sufridora, servil y bondadosa, puro amor) se encontrará con un dilema moral cuya complejidad es casi insoportable. Pese al esquematismo con el que se plasma la lucha de clases en la Rusia actual, las implicaciones que posteriormente se infieren de esta historia, que opera casi con carácter de parábola, atacan a la mente con crudeza, incluso con crueldad, de una forma también favorecida por la neutralidad ética desde la que la cámara observa siempre desde fuera. Podemos encontrar en la película cosas que recuerdan a Haneke, a los Dardenne de Rosetta, a Bresson, Chabrol, Bergman, Dostoievski o el Kieslowski del Decálogo, pero nada de eso debe desviarnos a la hora de sucumbir ante la maestría de Andrey Zvyagintsev a la hora de mostrarnos la ineludible presencia del mal en una cotidianidad perversa y que parece incontrolable por parte del ser humano. La constatación de un Apocalipsis en el que una voz interior te pregunta: “¿Qué harías tú?”. (Más)
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