Dominique Strauss-Kahn concedió una entrevista al diario Libération a finales de abril. Declaraba temer un golpe bajo del actual ministro de Interior francés, Claude Guéant. Admitía que uno de sus «puntos débiles» eran las mujeres y que temía la posibilidad de un montaje del tipo «una mujer violada en un párking a quien se le prometen 500.000 o un millón de euros para que invente tales historias». De confirmarse como ciertas las acusaciones de agresión sexual a una camarera, tendríamos que concluir que Strauss-Kahn estaba anunciando, atribuyéndolo a una conspiración exterior, aquello que realmente era su intención inconsciente. Él sabía de su ansia de dominio sexual. Sabía que el principal peligro para su carrera era él mismo. Por eso hizo lo que anunció que le harían. Se trata de una profecía de autocumplimiento.
Strauss-Kahn debe asumir las consecuencias plenas de su acto sin ampararse en el recurso fácil a una supuesta psicopatología bajo la modalidad de «adicción al sexo». La fórmula de «no soy yo, es mi enfermedad», es un modo frecuente de no asumir la responsabilidad de los propios actos. Por eso la psicopatología no debe ser una coartada. De lo contrario, nadie sería culpable de nada bajo la premisa de que, si alguien hace algo malo, «tiene que estar mal». Si lo admitimos, solo la enfermedad sería culpable. La psicopatología no exime de la ética. Sin embargo, y sin disculpar un ápice la conducta de Strauss-Kahn, sí conviene destacar el carácter autopunitivo de la misma. Agrede, pero se autoagrede al mismo tiempo. Se provoca exactamente el mismo daño que declaró que otros le harían. El castigo autoinfligido es enorme, por eso no se puede descartar la existencia de un sentimiento inconsciente de culpabilidad. Ya Freud destacó que la culpa puede llevar al crimen buscando el castigo. Tal vez el socialista, que también veía en el dinero otro de sus puntos débiles, se autoprohibió ser presidente de Francia.
Manuel Fernandez Blanco (Psicoanalista)/La Voz de Galicia 19.5.2011
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