domingo, 15 de abril de 2012

Muerte de un boticario / JulioCésar Iglesias

La Voz de Asturias, 8 abril 2012

Dimitris Christulas no optó por la cicuta. Farmacéutico jubilado, sabía de sus efectos letales, pero buscó un final distinto al de Sócrates, conocedor de que a su malestar debía buscar una respuesta diferente. Los mismos hipócritas, idénticos tiranos, pero 2.500 años después. Prefirió el estallido de la bala en la sien. Tenía 77 años y la dignidad del que se niega a rebuscar comida en la basura. En un bolsillo llevaba la pistola, en el otro una carta de despedida. Con la primera se disparó en la cabeza, con la otra apuntó hacia los responsables de las miserías sociales que nos aquejan en esta primavera del miedo.

No fue casual que esto ocurriese en Grecia. Ni mucho menos en la plaza Sintagma de Atenas, ágora constitucional, y frente al parlamento heleno. La decisión de Dimitris y su escenificación está cargada con toda la pólvora de las metáforas: en el mismo útero de la democracia, un boticario cansado de las imposiciones de los burócratas, tecnócratas y demás siervos del despotismo monetario optó por decir basta. Y lo hizo de la forma más radical conocida: volándose la tapa de los sesos.

Mucho se ha dicho de la dictadura de los mercados, más se ha escrito del ninguneo de la voluntades ciudadanas. El grito de Dimitris va más allá: lleva la munición del desesperado, sin el plomo del viejo nihilismo, pero con la razón del que ya no le queda nada.

No se trata ahora de convertir al farmacéutico ateniense en un héroe. Nos sobran mitologías. En su desesperación de pensionista depauperado llama a los jóvenes a empuñar las armas, a iniciar una nueva resistencia frente al terrorismo económico. Son palabras mayores fruto de la agonía personal de un jubilado para el que el porvenir sólo tenía una dirección: la del callejón sin salida. (Más)

Ver también:

´No rebuscaré comida entre la basura´, dijo en carta jubilado suicida

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