domingo, 7 de mayo de 2017

Cámara de eco / Javier Sampedro


Los angloparlantes lo llaman cámara de eco (echo chamber),que denota una sala insonorizada y connota una caja de resonancia donde lo único que oyes es tu propia voz rebotada en las paredes. El término se está imponiendo en la literatura técnica para designar la manera en la que los ciudadanos nos informamos en nuestros tiempos impregnados de tecnología, donde nos pasamos el día leyendo las cosas que refuerzan nuestros prejuicios y creencias; donde renunciamos a inclinar la cabeza en el ángulo adecuado para entender los argumentos del otro.


Si te informas por tus seguidores y seguidos en Twitter, tus gustadores y gustados en Facebook y tu selección de amigotes en Google+, lo más probable es que no te enteres de qué va el tema. Esto no es ya que devalúe el debate político. Es que lo elimina de raíz. 

Para hacer frente a este conocimiento sesgado y tuerto, yo suelo recomendar leer libros. Y me acabo de llevar un chasco monumental. He aquí por qué 

Nuestro tráfico masivo en la web está generando un tesoro de información sobre el comportamiento humano. La mayor parte de esos datos son secreto industrial. Google, Facebook, Apple y los demás hacedores de nuestro mundo auguran para ellos un mercado demasiado jugoso como para compartirlo con la competencia. Esos datos no solo conocen lo que hacemos, compramos y visitamos, sino que son capaces de predecir nuestros gustos mejor que nosotros mismos. Los publicistas y sus clientes se desviven por copiarlos y pegarlos en su lista de correo, como ya han empezado a hacer en la medida legal de sus posibilidades. Pero los científicos también pueden acceder a ellos en ocasiones. 

Los últimos en hacerlo han sido unos sociólogos y científicos de la computación (universidades de Chicago, Yale, Cornell, publicado en Nature) que han utilizado millones de datos de compradores de libros en Amazon y Barnes and Noble, bajo la condición de anonimato de las personas, que aquí son solo un número de código. Y han descubierto un hecho asombroso. Los lectores progresistas y liberales (los que compran libros políticos de esa cuerda) tienden a leer también libros de ciencia básica (física, biología, astronomía, antropología), mientras que los conservadores prefieren la ciencia aplicada (geofísica, química orgánica, medicina, criminología). Nadie sabe a qué demonios se puede deber esto, pero los datos son claros como el agua de un torrente. 

Contra lo que yo creía, leer libros no es un antídoto contra la cámara de eco. Nuestra posición política sesga incluso nuestras lecturas más científicas. Sería interesante saber por qué.

Javier Sampedro  ElPaís 6.4.17

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